sábado, 22 de marzo de 2008

Discos para el día y para la noche





Cada cosa a su momento. De la misma manera que no te vistes de la misma forma por el día que por la noche, ni vas a los mismos sitios, ni muchas veces te comportas de la misma manera a pleno sol que en la oscuridad de la noche, tengo la teoría de que hay discos para el día y discos para la noche. Se podría realizar una tesis doctoral. Hay artistas luminosos y poetas oscuros; músicas para levantar el alma y sonidos para alimentar nuestros demonios. Los discos diurnos se escuchan en público, con ellos cantas y bailas, sonríes y celebras la alegría de la vida. Te levantan el ánimo, te cargan de energía, sus sucesivas escuchas sientan mejor que la Vitamina C.


Por el contrario, la música nocturna es por excelencia solitaria e íntima. Tranquila o cuanto menos, contenida, no es amiga de grandes aspavientos ni celebraciones. Más elegante por lo general, pero también más dañina. Más triste y depresiva. Obsesiva en el mal sentido. Pero muy tentadora.


Esta teoría es relativa, por supuesto, ya que caso aparte sería la música de sábado noche en contraposición a la del domingo mañana, más psicodélica, como de resaca. En estos casos habría que invertir los términos. Por otra parte, no toda la música es fácil de englobar en una etapa del día, ya que por lo general los discos suelen incluir canciones diferentes que describen diversos estados de ánimo, hasta puede darse el caso del cambio dentro de una misma canción. No obstante sirve esta reflexión para referirme a los dos discos que más me interesan en estos momentos. Se trata de dos nuevos lanzamientos, que prácticamente se editaron a la vez, y que adquirí el mismo día, un día más largo de lo que soy capaz de recordar. Dos discos que me encantan, que me obsesionan, que no dejo de escuchar y que en ambos casos suponen el esperado retorno de dos de mis artistas favoritos. Ahí terminan las coincidencias, porque uno es un disco para el día, y otro para la noche.



The Black Crowes: Warpaint


Warpaint resume el estado anímico actual de los hermanos Robinson, y supone un paso más en una discografía que corre paralela a la biografía de estos dos grandes músicos. Alejados de la presión mediática de convertirse en los nuevos Rolling Stones (ya lo fueron, ¿y qué?), centrados una vez más en la música de sus entrañas y sin pena por la ausencia de Marc Ford (al que no obstante se le sigue echando muchísimo de menos), los Robinson nos han regalado un disco sencillo y sincero, sin grandes singles ni espectacular producción. Un disco sereno y alegre, esperanzador. Quizás el de menores pretensiones en la sólida y brillante carrera de los de Atlanta, pero muy bello y luminoso. Canciones como "Locust street" o la pausada "Oh Josephine" nos devuelven a los Black Crowes más románticos y felices en años. Como si hubiera llegado la calma tras la tormenta. En otras canciones se muestran más libres para picar de la psicodelia, el gospel o el blues, pero sin epatar al personal. Tú tranquilo, que diría Jackson Browne. Hippie pero sin exagerar. Y es que ya no tienen veinte años y sobre todo y lo más importante: no tienen nada que demostrar. Acompañan a Chris y a Rich un grupo de músicos solventes con los que se encuentran la mar de cómodos, amén de Steve Gorman, por supuesto. De todos ellos destacaría al nuevo guitarrista Luther Dickison, del que tengo la teoría ha sido uno de los culpables (junto al productor Paul Stacey) de que el disco suene más "southern" y menos "pomposo" que "Lions" o "By your side". El tipo es de los que mete el slide cada vez que puede, algo que se agradece. Del resto está el fiel e impersonal Pippien al bajo (al que la banda llegó a borrar con Photoshop en el libreto de "Live at the Greek" y nadie lo notó), y Adam MacDougall, el nuevo teclista que no está a la altura de Eddie Harsch, pero cumple su cometido.


El disco tiene algo de The Band y de los Allman Brothers más sencillos sin dejar de sonar a Black Crowes. Sin embargo, cuesta comparar este disco con algún otro de su discografía. En un principio yo lo veía como una especie de "Three snakes and one charm" en alegre, pero ya no lo tengo tan claro. Warpaint es más variado y sorprendente, y necesita de varias escuchas para atraparte en su jaula. A día de hoy lo he escuchado infinidad de veces y sigo encontrando matices en canciones como "Wee who see the deep" o "Movin´on down the line".


Aunque hay mucho y muy bueno, quizás mi favorita del disco sea una magnífica versión que han hecho del tema "God´s got it" del Reverendo Charlie Jackson:



¿Y qué me dicen de la divertida portada? No todo el mundo ha quedado satisfecho, pero a mí me parece de lo más apropiada para esas "Pinturas de guerra" del alma que comentaba Chris. Los más fanáticos la verán como una imagen alegórica y tratarán de descifrar los significados ocultos: ¿el astronauta de High head blues cabalgando al lado de un indio pegado a un muerto a caballo? ¿Y el mago Merlín? ¿Y el charro? Dejemos las especulaciones para los "Enriques" de este mundo. Prefiero quedarme con temas tan hermosos como el single de adelanto, "Goodbye daughters of the revolution" en cuyo vídeo podemos ver imágenes del estudio de grabación:





Una gozada que entra ganas de escuchar una y otra vez, y como decimos, te hace sentir mejor.




The Gutter Twins: Saturnalia


Cuando se pone el sol, todo empieza a cambiar. Ya no nos sentimos tan invencibles, ni tan llenos de vida. Paradójicamente, la oscuridad descubre nuestras debilidades. No es tiempo ahora de rituales de amor y fraternidad. Ni siquiera para estos "Gemelos de cloaca", The Gutter Twins, el nuevo proyecto de Greg Dulli (Afghan Whigs, Twilight Singers) y Mark Lanegan (Screaming Trees, Queens of the Stone age, Soulsavers).


Estaba escrito que estos dos crooners del averno tenían que encontrarse tarde o temprano. De hecho, ya habían participado juntos con anterioridad, pero nunca en un disco completo como proyecto común. Y estaba escrito porque ambos comparten muchas pasiones y tormentos, aunque los expresen de manera diferente. Frente al exhibicionismo de Dulli, Lanegan se muestra contenido todo el tiempo, con esa voz maltratada por los cigarrillos y el alcohol y su pose impertérrita. Frente al hedonismo autodestructivo de Dulli, Lanegan se presenta depresivo y discreto, como los líderes de su generación que ya nos dejaron. Sin embargo, ambos comparten la oscuridad del solitario y el perdedor, el dolor del poeta borracho y el amor despechado, alguien a quien la vida no ha tratado demasiado bien. Claro que ellos la han tratado a ella aún peor. Víctimas de adicciones y fracasos personales, The Gutter Twins han publicado un disco que suena mucho a los dos. Por momentos parece que es Dulli quien vampiriza el proyecto, pero incluso discreto, Lanegan siempre está ahí para frenar el descontrol al que tiende el ex-cantante de los Whigs. Por eso se complementan tan bien, porque no hay lucha de egos, sólo dos personalidades atormentadas y complejas, que aportan su personal manera de crear e interpretar. De hecho, los momentos más interesantes del disco son aquellos en los que las dos voces se enfrentan.


"Saturnalia", que alude a una fiesta romana en la que los esclavos recibían raciones extras de libertad y prebendas, una especie de mezcla de Navidad y Carnaval, es un disco variado e intenso, que a veces suena apocalíptico ("The Stations") y otras romántico ("The body"); desde el pop (en el que de una manera retorcida pero siempre están presentes The Beatles) hasta el blues bastardo, pasando por el grunge, el gothfolk (odio esta etiqueta pero es muy expresiva) o incluso jugueteos con la electrónica, en general recuerda más a The Twilight Singers que a Lanegan, pero hay temas como "Bete Noire" que perfectamente podían haber aparecido en algún disco de Screaming Trees. Digamos que Dulli lleva la voz cantante (aunque cantar cantan los dos), pero a la hora de la verdad, Lanegan está más presente de lo que imaginas.


Me hace gracia que Dulli defina a The Gutter Twins como unos "Everly Brothers Satánicos", pero os podéis hacer una idea de la propuesta. Una montaña rusa de emociones en blanco y negro. O como escribí en otra parte, canciones de amor para el día siguiente del Apocalipsis. Canciones como la bella "Front Street" que cierra el disco, la melancólica "God´s Children", o la apasionada "Circle of fingers", con un atractivo juego de voces entre ambos: la voz grave de Lanegan termina por imponerse, a mitad de la canción, a la juguetona de Dulli. El contraste es espectacular.


Como ocurría con "Warpaint", hay mucho donde elegir, y de nuevo como en el caso anterior, suelo escuchar el disco completo, de principio a fin. Se disfruta y entiende mucho mejor. Pero podría citar este "Idle Hands" como uno de mis favoritas, sin duda:





Qué viejo está David Letterman, por Dios. Y qué me gusta este disco. Pero como digo, nunca lo escucho de día, no resulta apropiado. Para eso ya está el magnífico "Warpaint", que me levanta el ánimo todo lo que me lo bajó "Saturnalia" la noche anterior.

Dos discos para dos momentos del día. Aunque, siendo sinceros, la canción que más me obsesiona actualmente no pertenece a ninguno de esos dos discos, sino al último de Soulsavers, en el que colabora el inquieto Lanegan, y en la que el oscuro cantautor canta sorprendentemente alegre y luminoso. Se trata de "Revival", un tema con reminiscencias gospel que no puedo dejar de escuchar. Quizás no sea tan brillante como las anteriores propuestas, pero ya se sabe que uno no siempre puede elegir sus obsesiones. Atención al vídeo, muy interesante también (a mí me recuerda un poco a la serie "Carnivale"):



Es de noche, y por eso suena "Saturnalia". Mañana, con "Warpaint", será otro día. Por cierto, la foto que encabeza esta entrada es la visión desde la ventana de mi salón un día a las 7 de la mañana.

domingo, 16 de marzo de 2008