13 de febrero. Sala Joy Eslava. Madrid.Una de las características que diferencia el rock and roll de estilos más tradicionales como el folk, el blues o el country es (en estos últimos) el exclusivo interés del intérprete por lo musical en detrimento del aspecto visual del espectáculo, (esto es, el show), aspecto esencial en el circo del rock and roll. Por eso no debió sorprendernos que tanto la telonera y esposa Allison Moorer como la estrella de la noche, el castigado Steve Earle, saltaran a la palestra con lo puesto. Guitarra y voz y nada más. Y digo debió, porque uno que se ha recorrido media España viendo melenudos dando brincos y poniendo posturas termina por dar por sentado que los conciertos son eléctricos y no acústicos, y que aparte de la música, hay un componente teatral de interpretación. Máxime si hablamos de alguien que no es exactamente un folk-singer o un country-rocker, sino más bien un cantante de rock con influencia de la música americana de raíces.
No quiero que este comentario suene como una crítica. Más que nada porque una de mis cualidades preferidas de la música de Earle es su honestidad, su crudeza y su desnudez. Nada de artificios, sólo corazón y estómago. Y una historia que contar en cada canción. Quizás fue más difícil de encajar en el caso de Allison Moorer, que practica un folk tan correcto como monótono (no obstante tengo la teoría de que el folk, o es monótono o no es realmente folk). Eso sí, reconozco (y sonará fatal) que la belleza de su figura (un tipo a mi lado la comparó con Nicole Kidman y me robó las intenciones), su elegancia y su bonita voz compensaron un repertorio poco sorprendente. También es verdad que apenas conocía su música, lo que siempre complica las cosas.
En esta foto y de lejos se parece a la sosa Kirsten Dunst, pero de cerca gana muchísimo.
Lo digo en serio.Media hora de agradable y repetitiva actuación, mientras su marido la observaba orgulloso en la penumbra del lateral del escenario. No tardó demasiado en salir Steve. Desaliñado, barbudo, con camisa de leñador, gafas y una frondosa barba, se le veía tranquilo y confiado. Armado únicamente con su guitarra acústica y su armónica, empezó a desgranar canciones como quien descubre secretos, a golpes de corazón. Sonaron "My Old Friend The Blues", "Someday" "Devil´s Right hand" (muy celebrada por el público) "Billy Austin", "Goodbye" o "Now she´s gone", sin interrupción, como si todo lo que tuviera que decir, fuera a través de sus canciones. Esta primera parte del concierto nos mostró al Steve más clásico, al cantautor heredero del Springsteen de "Nebraska" y del Dylan más oscuro. Su voz grave, su sentimiento y esas canciones que a veces parecen plegarias bastaron para mantener absorta a la audiencia. A pesar de que se trata de temas que abarcan varios años de carrera, sonaron de manera homogénea, como si pertenecieran a una misma etapa. Y es que estamos hablando de un cantautor heredero y continuador de una larga tradición de música americana. Sólo una voz y una guitarra, como si hiciera falta algo más.

O más bien, una voz y decenas de guitarras e instrumentos de cuerda, porque Steve tocó diferentes modelos, así como un banjo, una mandolina o un bouzoki. Cada canción cambiaba de instrumento, y yo lo registré con mi cámara. Desgraciadamente la mayoría de esas fotos se ven borrosas, ya que un gorila de la Joy Eslava me pidió "amablemente" que no utilizara el flash tras hacer pocas fotos (las mejores de esta crónica) si no quería abandonar la sala antes de tiempo. No tenté a la suerte.

Clasicismo, tradición, música de raíces, austeridad, desnudez... ¿No habíamos quedado en eso, Steve? Es entonces cuando sube al escenario un tipo grueso vestido con una camiseta verde con la imagen de la portada del "Eat a peach" de
Allman Brothers Band. Grandísimo disco, dicho sea de paso. Se llama Neil MacDonald y es un disc-jockey. ¿Por fin se justifica que el concierto sea en una pija discoteca de Madrid? En realidad, McDonald utiliza una caja de ritmos para dar mayor contundencia al discurso de Earle. Y es que ahora toca la faceta más combativa y política de Steve, esa que le ha convertido en el enemigo de la América más conservadora, sobre todo por el tema "John Walker
Blues" de su disco "Jerusalem", que algunos vieron como una glorificación del terrorismo islámico. En esta parte suenan muchos temas de su último disco "Washington Square Serenade", a golpe de efecto sonoro: "Jericho Road", "Tennessee Blues", "Satellite Radio", "Steve Hammer´s (For Pete)" o la versión de
Tom Waits "Way down in the hole". He leído en alguna parte que más de uno deseó cortar los cables del Dj como le hubiera gustado a
Pete Seeger cortar los de Dylan en Newport, sobre todo tras la primera parte más tradicional. Y aunque yo también prefiero al Earle más acústico, no creo que estas canciones desentonaran en absoluto con el resto, más que nada porque Earle no cambia la manera de cantar ni la estructura de sus canciones. Steve no rapea, ni se amolda al ritmo del Dj, cuyo protagonismo siempre es secundario. Los efectos sonoros son adornos que suponen una revisión de la canción, como en "Cocaine can´t kill my pain" que sonó más psicodélica (como de resaca de un viaje en ácido), o a veces sirven para acercarnos al rock, sin necesidad de tener una banda detrás.

Más seguidores en todo caso tuvo la vuelta al escenario de Allison Moorer, para cantar con Steve la preciosa balada "Days Aren't Long Enough" de su nuevo disco, o la reivindicativa "City of inmigrants". Se les ve compenetrados, felices, amorosos. Tras un par de canciones se despiden con un beso tierno. Y es que estamos en vísperas de San Valentín, aunque no tocara finalmente "Valentine´s day".

En su última parte, Earle tuvo tiempo de acordarse del que él considera su mentor,
Townes Van Zandt. De él tocó "Rex Blues" que terminó fundiendo con la bella "Fort Worth Blues" de esa maravilla que se llama "El corazón". De nuevo por tanto volvía el Steve Earle que uno tiene en mente. Quizás es que se nos olvida que Steve es polifacético, que ha grabado discos de blue-grass y de punk rock, que canta country pero también rockabilly. Finalizó la fiesta con su hit "Copperhead Road" a la acústica, con un público que no paraba de hacer peticiones, y un Steve Earle al que se le veía cada vez más relajado y feliz, incluso tuvo tiempo para hablarle divertido a su audiencia. La noche había pasado en un suspiro y todos nos quedamos satisfechos, pero con ganas de más. En realidad yo estaba destrozado tras un día larguísimo, así que lo de lo que tenía ganas realmente era de una cama donde poder estirarme.
Del resto de mi viaje por Madrid sólo merece la pena destacar (al menos de lo que quiero contar en este momento, tiempo habrá para relatar un episodio que haría las delicias de Peter Sellers en "El guateque") la impresionante fachada del
edificio Caixa Forum, que me encontré por casualidad, y que como suele ocurrir en este tipo de museos, es más interesante que lo que alberga en su interior.
