sábado, 5 de mayo de 2007

Nick Hornby, rock & gol



La primera referencia que tuve de Nick Hornby fue, como casi todo el mundo, "Alta fidelidad", novela que leí antes de ver el film de Stephen Frears y protagonizada por John Cusack. Una historia divertida y tierna, enmarcada en la pasión musical de un tipo al que le cuesta adquirir responsabilidades sentimentales, quizás porque ha escuchado demasiadas canciones de amor. Un libro con cierto tinte autobiográfico, a pesar de que Hornby jamás ha regentado una tienda de discos (es curioso, cada vez que pienso en "Alta Fidelidad" me acuerdo del gran Buddy Bradley) . Por cierto, a los que tildan de traición al hecho de que en la película la acción se desarrolle en Chicago (en el libro es Londres) decirles que igual se equivocan, ya que casi todo lo que tiene que ver con el personaje de Rob, su "sabiduría musical" y todo lo referente a la tienda de discos está basado en la temporada que Hornby pasó en los Estados Unidos.

Aunque me gustó "Alta fidelidad", por aquel entonces no sabía demasiado sobre un escritor con pinta de hooligan (de hecho, fue hooligan en sus años mozos y lo sigue siendo en cierto modo hoy), que divide sus pasiones entre los partidos del Arsenal y la música pop. Desconocía por ejemplo que nació el mismo día que yo (todo está conectado), que había sido profesor de literatura en Cambridge (etapa en la que se hizo hincha del Cambridge United) o que fue periodista musical durante una temporada. El pasado mes de marzo tuve la fortuna de asistir a un festival de Spoken Word en el teatro Lope de Vega de Sevilla, donde el autor dió buena muestra tanto de su sentido del humor como de su melomanía pop. Acompañado por Marah, ese gran secreto a voces del rock and roll (triunfarán el día que cuelen un hit en una película de Spielberg o en un anuncio de Nike), consiguió de alguna manera escenificar lo que se cuenta en su libro "31 canciones", quicir, reflexionar sobre algunas canciones fundamentales en la vida del escritor mientras la banda de Philadelphia realizaba su propia versión de cada canción elegida.

Estos días he estado leyendo "Fiebre en las gradas" y el mencionado "31 canciones". En el primero, tomando como guía recuerdos de partidos de fútbol (la mayoría del Arsenal) el autor cuenta su propia autobiografía de hooligan, narrando sin tapujos su pasión futbolera, a veces incomprensible e incluso vergonzante. Pasión futbolera que en algunas etapas daba sentido a una existencia ligada al ritmo de la competición liguera, y cuya identidad iba pareja a un equipo que nunca juega bien, a un campo que cobra vida en cada partido, y a unos jugadores que forman parte de la historia personal del autor. Aunque a veces opina sobre temas “serios” como la violencia en los estadios o añade opiniones de ámbito sociológico sobre la relación fútbol/adolescencia, lo frecuente en el libro es su propia vivencia personal, la búsqueda inicial de la integración entre los hinchas “reales” del equipo (él se sentía un farsante por vivir en una población adyacente a la capital y fingir ser del norte de Londres), sus experiencias con amigos o chicas en el estadio, y sobre todo, su manera de vivir una pasión imposible de explicar a quien no la comparte. Primero como refugio (a una difícil experiencia tras la separación de sus padres) y al final como adicción reconocida y de la que no puede curarse, conocemos la propia evolución de Hornby a través de los años, desde los viajes en autobús y el asentamiento en las gradas de los escolares, pasando por la adolescencia orgullosa del Fondo Norte de los hooligans hasta llegar a esa madurez en localidades de asiento lateral, con su hogar muy cerca de Highbury y una vida más cómoda y segura. The times they are a-changin´.

En “31 canciones”, Hornby reflexiona sobre algunas de sus canciones favoritas y sobre lo importantes que son para él, no tanto por los recuerdos asociados (¿a qué puede recordarte una canción que has escuchado millones de veces? se pregunta Hornby), ni tampoco como crítica musical al uso, sino de una manera personal y afectiva, pasional y sobre todo, adictiva. Aunque no coincido con los gustos del autor al 100% y definitivamente yo eligiría 31 canciones diferentes (entre otras cosas porque muchos de los artistas que elige ni me suenan), es un placer introducirte en sus páginas, en las que a veces muestra opiniones sin desperdicio, de las que no me resisto rescatar algún ejemplo:

“Los que nacimos en los últimos años cincuenta y nos enamoramos de la música rock los primeros setenta tenemos una complicada relación con los solos. Recuerdo estar viendo a Grand Funk Railroad tocar en Hyde Park e intentar, con lo que en el recuerdo se me aparece como una buena voluntad que parte del corazón, disfrutar, apreciar o entender aquel solo de batería de veinte minutos; un par de años después, más viejo y más sabio y ya casi al final de la adolescencia y con una armazón mental prepunk y antiautobombo, me largué del show de Led Zeppelín en Earl´s Court durante una interminable extravagancia de John Paul Jones con su teclado, me fui a un pub del barrio a tomar una cerveza y echar una partida de billar y volví justo a tiempo de pillar el final de la entrada de Jimmy Page con el arco de violín, perdiéndome así completamente “Moby Dick”. No lo lamento”. No sólo no lo lamento sino que incluso, ahora que lo pienso, aquella noche aprendí una de las lecciones más útiles de la vida, uno de los pocos consejos reales para ofrecer a las generaciones jóvenes: ¡ESTÁ PERMITIDO MARCHARSE!”

“Siendo perversos, se podría argumentar que cuando se escucha música pop inglesa nunca se oye a Inglaterra. Los Beatles y los Rolling Stones eran, en sus años de formación, grupos de cover americanos que cantaban con acento americano; los Sex Pistols eran los Stooges con mala dentadura y un manager ladino, y David Bowie la versión escuela de artes de Jackson Browne hasta que vio a los New York Dolls.”

“Yo intento no creer en Dios, por supuesto, pero a veces en la música, en las canciones, pasan cosas que me dejan de piedra, me hacen pensarlo dos veces. Cuando las cosas suman más que la adición de sus partes, cuando los efectos conseguidos son inexplicables, los ateos como yo empiezan a entrar en terreno difícil”.

“Porque a mí me parece que la gente que sigue con la música pop más tiempo es la que se confía a muy tierna edad a alguien como Rod Stewart, alguien que era él mismo, claramente, un fan”.

Pequeños ensayos sobre canciones en los que, de nuevo, como ocurría en “Fiebre en las gradas” se habla más del propio autor que del supuesto tema del libro. En esta ocasión, entre canción y canción, se cuela el autismo de su hijo Danny (y su manera de apreciar la música, incluso con sus dificultades), las adaptaciones fílmicas de sus libros y la llegada de la fama, reuniones con amigos y sobre todo, una honestidad brutal en cada una de sus líneas. Nick Hornby se muestra tal cual es (de la misma manera que viste como ha vestido siempre, con vaqueros y camiseta aunque sea un escritor de éxito, su indumentaria no dista demasiado de cualquier seguidor londinense del Arsenal), sin darse importancia ni pretender aparentar saber más que nadie, o tener los gustos más exquisitos. Recuerdo que en el festival de Spoken Word, y tras su última intervención, bajó del escenario y se sentó entre el público para disfrutar del show de Marah como uno más. Eso, en el mundo de hoy, lleno de gafapastas, modernikis, posers y enteradillos, es como mínimo digno de agradecer. Alguien capaz de confesar que la música clásica no le afecta emocionalmente, o que incluso se atreve a destacar una canción de Nelly Furtado en la selección, es alguien a destacar, sobre todo teniendo en cuenta que es un gran fan de Rod Stewart, por lo que no puede ser una mala persona. Y no sólo por ser sincero y evitar ser quién no eres, sino por hacerlo públicamente y en libros que leerán millones de personas. Piensa que en “Fiebre en las gradas”, por ejemplo, hay un episodio en el que asiste una tarde a Highbury con su novia y ésta se desmaya, y él no es capaz de interesarse por ella hasta que no finaliza el partido. No es algo de lo que se sienta orgulloso, pero creo que da una idea de lo que estoy tratando de decir.

Volviendo a “31 canciones”, es curioso que a pesar de no considerarse fan de Dylan tenga del judío de Minnesota más discos que de ningún otro artista (una veintena). Pero claro, los verdaderos fans de Dylan jamás le tomarían como un igual. Afirma que “Thunder Road” de Springsteen fue la que le hizo querer ser escritor (así como admira la determinación del Boss frente a los ataques a su integridad, de la que se hace eco), que los chavales de hoy escuchan a todos esos raperos soltando insultos porque la música rock ha perdido su condición de rebeldía y hay que buscar algo que sea realmente “peligroso”, ofensivo, distinto al gusto de sus progenitores; confiesa que no quiere volver a escuchar “Frankie Teardrop” de Suicide nunca más (sólo la ha escuchado una vez) por el efecto negativo y devastador en tu estado de ánimo (cuya descripción me ha resultado tan atrayente que he buscado la canción, por supuesto), que "Samba pa ti" de Santana fue su descubrimiento de música sexual, y que quiere que “Caravan” de Van Morrison suene en su funeral. Esperemos que eso sea dentro de muchos años, porque necesitamos más obras de Nick Hornby.

Y mientras, uno se queda pensando en qué canciones habría elegido, y en el porqué de esa elección.

4 comentarios:

José Viruete dijo...

Cojonudo texto Adso. Igual un día me leo un libro suyo y todo! De momento estoy terminando la bio del cantante de los Bay City Rollers. Luego ya hablaremos.

Anónimo dijo...

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