miércoles, 30 de abril de 2008

Historias de redención


Domingo 27 de abril. Madrid, Glorieta de Embajadores a las 17:30.

Un sol de justicia me acaricia la espalda mientras espero a una amiga en la parada de metro que conecta con la Ronda de Valencia. Madrid nunca duerme, ni siquiera la siesta. Cruzan la calle todo tipo de personas, razas, sexos, religiones, clases sociales. Un perriflauta me pregunta la hora, está ansioso por encontrarse con su cita, una perriflauta de pelo color rosa. Se la digo, me da las gracias y ella no se hace esperar. Ella su cita, no mi amiga, que se retrasa. Para hacer tiempo, doy vueltas a la glorieta. Y en una de esas vueltas, un mendigo con un chándal rojo del Móstoles F.C. se me acerca y me habla. Me pregunta si puedo ayudarle y al ver que por fin alguien le devuelve la mirada e incluso la palabra, ve el cielo abierto. Quiere ganarse mi confianza. Me pregunta si soy de Madrid, cómo me llamo. No tengo nada que ocultar, se lo digo. Él me dice el suyo y me dice que es de Gijón. Algo ansioso por la inminente llegada de mi amiga, le ofrezco unas monedas que tengo en el bolsillo, lo justo para engañar al hambre aquella tarde con un bocadillo o unas cervezas. Me da las gracias y trata de halagarme: "cuando te he visto me he dado cuenta de que eras una buena persona". Pero no se marcha, no tiene suficiente. Me pide entonces que sea yo el que le compre algo en un bar cercano, que me lo quiere agradecer . Le digo que no puedo, que no tengo tiempo, pero es muy insistente. Finalmente cedo a su petición y nos ponemos en marcha hacia el bar. En una pizarra se lee "Pollos a 6 euros" y me pide que le compre uno. Ya estamos regateando. Y cuando empiezo a dudar e incluso le digo que coja las monedas o me marcho, me cuenta una historia inverosímil, según la cual tiene una casa en Gijón y como no tiene dinero para el billete de tren, no puede volver a su tierra y vive en la calle en Madrid. Una historia que parece contada por Fernando León de Aranoa. La comida es secundaria, lo que quiere es dinero para el billete "Vamos a la estación y me lo compras, no trato de engañarte". Le vuelvo a ofrecer las monedas iniciales, miro el reloj, es cada vez más tarde. Sigue hablando y hablando, y me dice que no puedo dejarle así, que va a tener que hacer alguna tontería porque no puede más. Le pregunto si me está amenazando y me dice que no, pero que le ayude, que le salve, que está desesperado. Que no puede confiar en nadie, que todo el mundo le da la espalda. A esas alturas, no me creo ni una sola palabra de lo que dice, pero es obvio que ha vencido. No puedo irme sin más y dejarle allí, aunque está empezando a incomodarme. Si no quería saber nada, tendría que haber cortado mucho antes. Finalmente le doy el dinero para el dichoso billete y él no se cree lo que está viendo. Su insistencia ha tenido premio. Dejo de pensar en que me está mintiendo, en que quizá el dinero se lo gastará en Dios sabe qué. No me importa. Pienso en cómo debe estar una persona para rebajarse hasta esos límites, y después de un buen rato, yo formo parte de esa historia, por lo que no podía quedar al margen. Me da las gracias y me dice que le he salvado la vida. Le digo que si mañana lo veo por Madrid le llamaré ladrón y mentiroso, pero es obvio que no voy a volver a verle en la vida. Vuelve a darme las gracias y me estrecha su mugrienta mano. "Eres una buena persona, no sabes lo que has hecho". Le digo que aproveche su oportunidad, pero a esas alturas lo que haga con el dinero es lo de menos. Mientras lo veo alejarse con una sonrisa en la cara pienso en lo caprichoso del azar, en que unos acaban arriba y otros abajo, en que dentro de una misma ciudad, a pocos metros quizá, los hay que tienen más de lo que necesitan y otros que no pueden permitirse el lujo de tener pequeñas preocupaciones, es sólo una cuestión de supervivencia; Pienso en eso y en lo afortunado que soy. Pero eso no hace que me sienta mejor.




La experiencia me deja algo aturdido, y me siento extraño el resto del día, como si lo que pasó formara parte de un sueño, o de una mala película. Por la noche, esa sensación se mezcla con los nervios en la Sala Heineken, vísperas del concierto de The Gutter Twins. He seguido la carrera de Greg Dulli desde el principio. La primera vez que escuché "Gentlemen" de Afghan Whigs, era como si alguien pusiera música a mi estado de ánimo en aquellos momentos. Tan impactado quedé entonces que comencé a tomar notas para una futura novela que llevaría por título ese disco; novela por supuesto que nunca fue escrita. Desde entonces, la banda, pero sobre todo Dulli se convirtió en una de "los míos". Porque hay grupos que te gustan y otros que no sólo te gustan, sino que te pertenecen. No importaba que casi nadie supiera quiénes eran. A veces incluso era mejor que fuera así, los sentimientos más íntimos no son para compartir con cualquiera. Aunque nunca ha superado sus mejores discos con los Whigs, Dulli siempre ha mantenido el nivel, con The Twilight Singers, en solitario o en The Gutter Twins.


Nunca he sido tan fan de Mark Lanegan pero "Dust" de The Screaming Trees debe figurar por fuerza entre los mejores discos de los años noventa. Ese grunge condimentado con una psicodelia setentera contiene algunas de mis canciones favoritas de esa época. Jamás los situaría al nivel de Soundgarden, Alice in Chains o incluso Pearl Jam, pero lo cierto es que ellos jugaban en otra liga, no por ello menos interesante. Curiosamente, Lanegan ha aumentado su prestigio tras la disolución de la banda, tanto con sus discos en solitario (algunos me encantan, otros no tanto), como sus múltiples colaboraciones: Soulsavers, Isobel Campbell, Queens of the Stone Age.


En cualquier caso, el contraste que se preveía entre ambos provocaba nerviosismo en la audiencia. Antes de eso, un barbudo que nadie conocía empezó a realizar su espectáculo de hombre orquesta que no todo el mundo entendió y que a mí me resultó muy atractivo, con sus efectos de voz, su versatilidad e incluso su pretenciosidad. Se llama Ed Harcourt, es inglés y personalmente me quedé con ganas de más. Su música, que combinaba momentos intimistas al piano con exhibicionistas (a ratos poeta, a ratos predicador), despertó mi curiosidad. Tendré que investigar.

Y entonces se oyen los primeros acordes de "The stations" y la sala es un hervidero. Salen al escenario los músicos de la banda y dejan el centro del escenario vacío. La gente se inquieta y empieza a gritar. El sonido de la sala es deficiente pero eso no impide que todos estemos excitados. De pronto entran en escena. Es increíble, ahí están, a pocos metros. Reconozco que la imagen resulta muy impactante: Lanegan como un gigante impasible, que a lo largo de todo el concierto tendrá una presencia espectral, pegado a su pie de micro todo el concierto. Sin realizar ningún movimiento, palabra o ademán, sólo una voz grave y rotunda. Y a su lado Greg Dulli, como el maestro de ceremonias, como el tipo que manda allí, dando órdenes a los músicos, a la mesa de mezclas. Fumando, bromeando, actuando como un auténtico frontman.


Suenan los primeros temas de "Saturnalia" y su particular versión de "Live with me" (la de Massive Attack, no la de los Stones), uno de los momentos álgidos de la noche, junto a "Idle hands" donde el público responde a la perfección. Es interesante comprobar el equilibrio entre ambos a la hora de cantar los temas, hay protagonismo para ambos, aunque en el caso de Lanegan se limita a su voz de ultratumba que con las luces, el humo y la música le otorga una presencia casi mítica. Dulli es todo lo contrario: no para de moverse, de salir del escenario, de sentarse al piano, de fumar, de parlotear... La noche y el día.
Quizás lo que más me choca es comprobar que hay más gente que reconoce como suyos a estos tipos. Que esa banda, que parecía comunicarse exclusivamente conmigo, también lo hace con miles de personas en todo el mundo. Esa es quizá la grandeza de la música, pero también en cierto modo la decepción. Ellos no te hablan a tí, o al menos no sólo a tí. Su música te pertenece, sí, pero no eres su único dueño. Un instante mágico, repetido en el tiempo, pierde, en cierto modo, su magia, al igual que un secreto que se extiende.

Mi momento favorito del concierto se produce en "Front street" (canción que cierra "Saturnalia"), en que un Dulli fuera de sí deja su guitarra a un lado y olvida a su compañero y se convierte en la estrella, cantándole a un público rendido a sus pies, con un sentimiento y unas maneras que en ese momento eclipsa a toda la banda. Una hermosa canción con la que concluyó la primera parte de un concierto que luego dió paso al recuerdo de temas anteriores a The Gutter Twins, con guiños incluidos a Screaming Trees y Twilight Singers. Un show que pasó en un suspiro, intenso, oscuro, hermoso, como un acto de contrición. Ninguno de los dos, ni Dulli ni Lanegan, están en el mejor momento creativo de sus carreras, pero al mismo tiempo se nota el peso de la experiencia en sus nuevas canciones. Dulli acabó harto de la música en su momento y se alejó una temporada del mundillo, para volver por auténtica necesidad espiritual. Quizá "Saturnalia" no sea lo mejor que ha hecho, pero es evidente que es lo que él quiere hacer, lo que le sale de sus entrañas en estos momentos. Igual que Lanegan y sus múltiples proyectos; para él el movimiento se demuestra andando, aunque suene paradójico en un tipo tan poco expresivo. Para ambos, en cierto modo, la música es una forma de redención, algo que se pudo comprobar en el concierto del pasado domingo.




A la salida de la sala Heineken vi a la bella Leonor Watling, que había asistido al concierto con uno de los componentes de Marlango. Es la segunda vez en menos de un mes que estoy a pocos metros de ella. Esto tiene que significar algo.

3 comentarios:

Jagglitros dijo...

Últimamente, cuando le veo, no le pregunto por sus viajes; directamente me voy a La Cadena, y prácticamente me entero de todo lo que me gusta saber de su periplo. Lo del mendigo manda narices, en fin, aquí por el Sur ya tenemos experiencia en los Kiz chungos y los beggarsbanquet en general. No sé si fue la camiseta del Móstoles, el hecho de verse en Madrid o las ganas de hacer una buena obra, pero este tipo de cosas casi siempre acaban con una cierta sensación camachil.

Bueno, lo de Leonor Watling sí que me lo había contao...a ver cuándo vuelve a repetir de nuevo tan afortunado encuentro...

javistone dijo...

La historia del mendigo es digna de una peli tipo magnolia o vidas cruzadas, en una semana te lo encontrarás en la tele "familia de gijón se reencuentra con su abuelo, perdido durante años, antiguo banquero arruinado". Yo he vivido diez años en Madrid y nunca me pasó algo parecido, aunque sí otras bastante raras también.
El concierto lo narras perfectamente, no lo habria podido d/escribir mejor, aunque yo (damm it!!) no vi a Leonor. Yo estaba completamente destrozado, los riñones como una mierda, asi que cuando vi al barbas me dieron ganas de tirarle una birra, pero de tan cansado estaba que ni bebí.
Emocionante velada, pardiez.

Adso dijo...

En realidad, en ningún momento pensé en que estaba haciendo una buena obra. Fue algo extraño, como si de alguna manera estuviera escrito que ese tipo tenía que encontrarse conmigo y yo tenía que darle ese dinero. No es la primera vez que tengo esa sensación de que algo pase porque tiene que pasar, pero hacía ya mucho tiempo de la última vez que lo sentí.

Y Javi, aunque no he profundizado en su música, he escuchado alguna cosa suelta del último disco del barbudo Ed Harcourt y me ha dado repelús. No me formaré una opinión hasta que lo escuche con atención de todas formas, si es que llego a hacerlo.